Diversas opiniones: desde defensoras de la pedagogía sexy (María Acaso) a la antipedagogía (Alberto Royo)
¿Conocéis ya a otros partidarios de la antipedagogía?
¿Conocéis ya a otros partidarios de la antipedagogía?
Saray Marqués 25/10/2017
“Los exámenes no sirven
para nada en la educación. En Art Thinking no existen porque la evaluación,
aunque importante, es entendida como una toma de conciencia sobre la educación
y no como un castigo o un sistema para humillar y hacernos sentir tontos
respecto a los demás”. Habla la profesora de la Universidad Complutense María
Acaso desde las páginas de El Mundo. Acaba de publicar Art Thinking,
cómo el arte puede transformar la educación (Paidós).
Alberto Royo, profesor de instituto, musicólogo, guitarrista
clásico y autor de Contra la nueva educación. Por una enseñanza basada en el
conocimiento (Plataforma Editorial 2016) la lee y suspira. “Ya no me
sorprendo casi con nada, unas declaraciones así son esperables en la sociedad
gaseosa [título de su segundo ensayo]”, manifestará después.
Ambos representan dos posiciones enfrentadas en un debate que va
mucho más allá de las frases categóricas. Nos hemos propuesto profundizar un
poco más en él, poniendo a prueba la evaluación en sí con la ayuda de distintos
expertos.
Aquí van las preguntas. Las respuestas son múltiples:
¿Los exámenes no sirven para nada?
“El problema del examen tradicional (y esto es lo que entiendo
que dice María Acaso) es su enfoque calificatorio, dentro de una lógica
prescriptiva del conocimiento. Si se trata de saber cuánto porcentaje del
contenido curricular es capaz de reproducir el alumno en una prueba escrita,
estoy de acuerdo en que estamos llegando al fin de esto, porque no tiene ningún
sentido seguir con ello”, reconoce Lucas Gortázar, coordinador del Ciclo de
Educación de Politikon y miembro del Proyecto Atlántida. “Sin embargo, esto no
significa que ningún examen (o evaluación) sirva para nada. Al contrario, las
evaluaciones (internas y externas) de calidad son hoy más necesarias que nunca,
aunque quizá deberíamos llamarlas de otra manera”.
“Es distinto decir que los exámenes no sirven para nada a
referirse a exámenes finales, en los que te lo juegas todo a una carta, muy
cerrados, que no tienen en cuenta el proceso y dejan fuera muchos aprendizajes…
lo contrario a la función formativa de la evaluación. Esto no quiere decir que
en la escuela no deba haber evaluación, esta es importante porque nos ayuda a
avanzar”, señala Elena Martín, catedrática de Psicología Evolutiva de la
Universidad Autónoma.
“La enseñanza es algo muy serio y debe estar blindada ante
cualquier propuesta pseudocientífica, por muy bienintencionada que sea.
Respecto a los exámenes, la evidencia nos dice que, por lo general, mejoran el
rendimiento académico. En concreto, la evidencia indica que hacer exámenes es
eficaz para retener y consolidar el aprendizaje y que es más útil que repasar
lo ya estudiado y que muchas de las más conocidas técnicas de estudio”, asevera
por su parte Royo.
¿Son prescindibles?
Para Martín, si el profesor tiene un número razonable de alumnos
y es capaz de hacer un seguimiento de sus procesos, de sus productos
(cuadernos, portafolios) mediante una evaluación continua, no haría falta nada
más. Con esto tendría suficientes datos de dónde se encuentra cada uno de ellos
y la prueba, por sí sola siempre limitada, solo serviría como complemento.
El profesor de Lengua y director del IES Bovalar de Castellón,
Toni Solano, manifiesta su posición: “No veo la necesidad de desterrar del todo
los exámenes, en determinados niveles y con una adecuada dosis pueden ser un
instrumento más de evaluación”.
Julio Carabaña, catedrático de Sociología de la Complutense, sí
los considera un buen método, “el único método”, para “comprobar lo que los
alumnos han aprendido y evitar los favoritismos y la subjetividad del profesor,
algo que se olvida cuando se proponen métodos informales no reglados y libres”.
Reconoce que los exámenes finales formales quizá no sean lo mejor para que el
alumno aprenda, eso sí, y matiza que hay diferencias en las distintas etapas:
si en primaria cree que debe primar la evaluación continua y en secundaria es
partidario de evaluación continua con pruebas y controles parciales, a partir
de bachillerato, o cuando hay títulos de por medio, sí reclama pruebas finales
formales, que, a su juicio, garantizan a los alumnos “el derecho a ser
examinados en las mismas condiciones”.
Por sí solos, ¿bastan?
Para Martín, centrar la evaluación en los exámenes es un error,
y deben contemplarse como una pieza de un engranaje mucho más complejo. En la
misma línea, Solano entiende que, sin otros indicadores, ninguna prueba escrita
podría medir competencias como la iniciativa, las destrezas orales, el trabajo
cooperativo o la solución de problemas sin planificación previa. “Incluso un
buen examen, entendido como una prueba que hace desarrollar competencias
(adquisición de contenidos, expresión escrita, desarrollo de la capacidad
crítica, autonomía) siempre tendrá carencias para una evaluación integral”,
sostiene Solano, partidario de “controles puntuales para determinados aspectos
del currículo, pero sin usarlos para obtener la evaluación global”.
“Observación diaria del trabajo en el aula, la libreta o el portafolio del
alumno, las rúbricas en los proyectos… hay infinidad de elementos que nos
proporcionan indicadores del progreso de un alumno más allá del examen, y
muchos de ellos son más fiables incluso”, remata.
¿Se abusa de ellos?
Así lo percibe Solano: “No es normal que un alumno de 1º de ESO,
que viene de hacer cinco o seis exámenes por trimestre, se encuentre a partir
de octubre con dos o tres exámenes cada semana. Sinceramente, se puede evaluar
bien a un alumno sin recurrir a tanto examen”.
¿Pueden tener efectos perniciosos?
“Algunos profesores
comentan que es una pena tener que suspender a un alumno porque, por ejemplo,
ha sacado un tres en el examen, cuando en clase trabaja y participa a diario.
¿Es eso lo que pretende el currículo al hablar de competencias, que aprueben
solo los que mejor retienen la información? La evaluación es mucho más compleja
que poner nota a partir de un examen. Debo decir que, desde hace años, cuando
tengo que poner un examen les doy a mis alumnos las preguntas antes para que
las puedan preparar, y nunca el examen es la única fuente para obtener la nota,
pues atiendo a otros factores como el trabajo diario, el desarrollo de
proyectos o la participación en clase”, relata Solano.
Coincide Royo en que “el examen es una herramienta más” y “a lo
largo de todo un curso, el profesor tiene multitud de instrumentos de los que
servirse (desde la observación diaria, pasando por la diversidad de actividades
y ejercicios de clase, hasta las pruebas o exámenes) para estar seguro de que
asigna a sus alumnos una calificación justa”. Sin embargo, considera que “si se
afronta como un reto, como un acto de superación, no tiene por qué resultar
traumático para nadie”. “Si añadimos que practicar la resiliencia y aprender a
sobreponerse a las frustraciones, a las dificultades y a los malos resultados
es algo muy educativo, no encuentro motivos para dejar de examinar”, resalta.
Para Martín, sí hay un riesgo: “Cuando la calificación lo
impregna todo, cuando pesa más que la función formativa, esto sí es pernicioso,
sobre todo cuando se transmite al alumno que falla la sensación de que no va
bien, o se fomenta la competitividad entre compañeros, o se transmiten imágenes
poco matizadas del grado de progreso de cada uno”.
¿Los hay buenos y malos?
“Creo que hay pruebas que exigen mucho más que una memorización
efímera de los contenidos, pero aun así habría que combinarlas con otros
métodos”, insiste Solano.
Para Royo, “un buen examen siempre es un buen método de
evaluación. Y de aprendizaje. Un mal examen, obviamente, no. El buen examen
sirve al alumno y también al profesor, que puede comprobar si su trabajo está
siendo eficaz. Los requisitos son los que dicta el sentido común: que responda
al nivel de conocimientos adecuado, que recoja con fidelidad los contenidos que
se hayan visto durante las clases, que sirva para trabajar tanto aspectos
teóricos como prácticos, que ayude al alumno a recordar lo que ha estudiado,
que deje poco margen a la subjetividad, que resulte estimulante…”
¿Existe alternativa?
Apunta Martín que hay centros que se están replanteando la
evaluación, con herramientas como la rúbrica o el portafolio del alumno, en que
los indicadores de progreso se acompañan de la reflexión del propio alumno, en
la línea del aprender a aprender, que huyen del “Me lo sé” y del “No me lo sé”,
porque “no es cuestión del todo o nada, todos aprenden algo, hay grados”, que
se centran en el proceso de aprendizaje y que utilizan toda esa información
para que tanto el profesor como el alumno sepan cuál ha de ser el siguiente
paso. “Además, todo esto conlleva una nota, pero esta no es la única meta”,
explica Martín, consciente de la importancia que tiene reflexionar sobre la
evaluación: “La evaluación es una vía muy potente de cambio. Puede haber cambio
de metodologías para luego optar por una evaluación tipo control, homogénea,
tradicional, pero si cambia la evaluación necesariamente cambiará la
metodología, la forma de enseñar”.
“Muchos somos partidarios de modernizar la evaluación, no de
eliminarla. En la escuela debe haber pruebas que certifiquen lo aprendido, como
guía para la enseñanza y la mejora. De lo contrario, estamos abocados a la
arbitrariedad total y absoluta y a una opacidad que perjudica a los más
desfavorecidos. Hay metodologías de evaluación modernas que se están poniendo
en marcha en muchos centros en nuestro sistema educativo, sobre todo en
primaria, y ese es el camino a seguir”, analiza Gortázar, para quien “las
rúbricas son uno de los pilares fundamentales del nuevo modelo de evaluación,
pues permiten una evaluación con múltiples criterios y están muy ligadas a una
tarea con un contexto específico, lo que permite el desarrollo de competencias
de forma más profunda, sin quedarnos meramente en la reproducción de
contenidos”. “Las rúbricas tienen un sustento científico mucho más sólido que
los exámenes de tipo calificatorio, que prevalecen en muchos centros de
secundaria de nuestro país, de la misma manera que las evaluaciones
competenciales externas (incluido PISA), que son capaces de predecir el
progreso educativo del alumno mucho mejor”, zanja.
¿Tienen algo que ver las actitudes anti-examen y anti-PISA?
“Existe una cultura anti-PISA y anti-evaluación externa que yo
creo que tiene otros orígenes, que responden más a los problemas de la
evaluación externa que hay en nuestro país (no así en muchos otros), a sus usos
y desusos por parte de los medios y la opinión pública y a la poca utilidad que
se le ha dado a las evaluaciones externas en la práctica diaria de los
centros”, comienza Gortázar.
“También prevalece una cierta cultura de opacidad de ciertos
sectores que se niegan a aceptar un debate público necesario sobre las
responsabilidades de cada uno de los servicios públicos (escuelas, inspección,
administración) en los resultados educativos. Es el peor favor que podemos
hacerle a la escuela como bien público, negar ese debate”, prosigue.
“Sin embargo, sí creo que hay una relación entre ciertos malos
usos y la transición que tenemos pendiente de evaluaciones internas, es decir,
evaluaciones por parte de docentes. Son parte del mismo problema, que tiene que
ver con la falta de consensos básicos en nuestro sistema educativo”, reflexiona.
¿Para qué evaluar?
“Existe una función reguladora o formativa de la evaluación, que
se complementa con la acreditativa, la de rendir cuentas a la sociedad de que
la función social de la educación se cumple, que todos aprenden. Esta segunda
función es la que se vincula con las calificaciones. El sistema educativo debe
conjugar ambas. La evaluación servirá para decirle al docente que evalúa cuál
el siguiente paso y al alumno evaluado dónde está. Además, debe permitir que el
alumno, al dejar atrás la escuela, sea capaz de regular su propio proceso de
aprendizaje, sepa cuándo aprende, por qué, qué le ayuda en ese proceso y qué
no. A veces el alumno suspende y no sabe qué ha hecho mal. Está prevaleciendo
la función meramente acreditativa, no reguladora, de la evaluación. Y aquí
radica el problema, cuando hay una gran presión académico-acreditativa. Esta se
intensifica sobre todo a partir de secundaria. Considero que la Lomce en este
sentido es un poco esquizofrénica, porque por un lado se transmite que la evaluación
ha de ser formativa, pero, por otro, los alumnos han de arañar décimas, llegar
a determinadas medias, porque hacerlo o no tiene unos efectos”.
Independientemente del modelo que utilices para evaluar por favor hay que ser lo mas objetivo posible , personalmente no me gustan los exámenes la gran mayoría de las cosas que estudias a los pocos días se olvidan prefiero maneras mas abiertas que precisen un trabajo con la materia y en las que yo pueda sacar mis propias conclusiones.
ResponderEliminarPero si me van a contar una "milonga" y al final me van a poner la nota que les de la gana, la verdad prefiero un examen tradicional por lo menos sabes a lo que atenerte.
En relación a esto quiero contar dos casos personales que me ocurrieron en mi dilatada vida de estudiante.
En tercero de bup tuve un profesor de ciencias que nos permitía usar los apuntes en el examen ( los últimos 15 minutos), eran exámenes de respuestas cortas tipo test y algunas mas largas de desarrollar, eso nos obligaba a tener nuestros apuntes ordenados. El tener que hacer este trabajo la tarea ya era una manera de estudio muy efectiva.( guardo muy buen recuerdo de esta persona).
Por el contrario tuve un profesor de filosofía que nos obligaba a hacer un cuaderno diario que el revisaba periódicamente sobre los contenidos que se trataban en clase ademas de un examen final.
Escribí el diario todo el año ( solamente que no estaba deacuerdo con muchas cosas que el nos contaba y se lo hacia saber pero esa era la principal finalidad del diario). En el examen obtuve una de las notas mas altas de la clase, un examen en el cual nos poníamos nosotros la nota bajo su supervisión personal.
Al final después de currarme el diario hacer un muy buen examen , por una cuestión totalmente subjetiva obtuve una nota de suficiente.
Por estas cosa creo que ante todo hay que intentar ser lo mas objetivos posibles y si planteas un criterio de evaluación determinado hay que respetarlo.
Yo estoy en contra de los exámenes porque no entiendo en que se basan para poner números a capacidades y habilidades. No todas las personas de la misma clase van a poder realizar un mismo ejercicio de la misma forma y no sabes cuál es la base ni cuál el tope, ¿Dónde está el cero? ¿Dónde está el diez? No entiendo este tipo de puntuaciones.
ResponderEliminarPor otra parte, creo que los exámenes sirven para:
1. Centrarnos en sacar el mayor número posible (mayor nota)
2. Empollarnos el tema para llegar al examen y vomitarlo.
3. Hacer chuletas,
4. Que se nos castige en casa por no llegar a X número, sin importar si he aprendido o no.
5.Centrar más la atención en "yo he sacado un 6", "yo un 9", "yo un 3", en vez de "yo he aprendido que..." o "yo he aprendido a..."
En mi opinión un examen no es válido para evaluar y menos hoy en día, donde copiar o hacer chuletas está a la orden del día y sacar un 10 copiando es lo mismo que sacar un 10 habiendo aprendido y por méritos propios.