¿Aprendemos únicamente lo que nos emociona?
Neurociencia para profesores
CARINA FARRERAS, Barcelona
24/04/2017
Suelen faltar sillas en las
presentaciones del libro que acaba de publicar el biólogo genetista David Bueno, Neurociencia para educadores (Rosa
Sensat), de tanto público que concita. Los asistentes son mayormente maestros
que van a escuchar qué se sabe sobre cómo aprende el cerebro
del niño. Los docentes están pendientes de las últimas
investigaciones. ¿A qué se debe tanta afición repentina del profesorado sobre
el funcionamiento del cerebro? Básicamente, a la intersección entre la biología
y la pedagogía. En este fenómeno no es ajena la efervescencia pedagógica, ávida
en encontrar cierta complicidad de la ciencia en las nuevas prácticas educativas.
En esa búsqueda, el hallazgo de una molécula química desconocida que
demostrara, por ejemplo, que el cerebro de un niño es maduro para comprender
textos escritos a los dos años, podría servir para revisar los modelos
educativos. Y no sólo eso. También para impulsar una nueva política
educacional. ¿Qué edad es la mejor para iniciar la educación formal? ¿A qué
edad debe empezarse a leer? O, ¿cómo debería intervenir la administración para
corregir la desventaja educativa en alumnos desfavorecidos por su origen
socioeconómico o su disposición genética?
La neurociencia es una disciplina joven con
pocas certezas aún. Se encuentra en pleno desarrollo gracias al interés de los
neurólogos e investigadores científicos, especialmente en el campo de los
trastornos de aprendizaje, y gracias al uso de tecnologías de neuroimágenes
avanzadas. Y aunque está contribuyendo al conocimiento en áreas como la
memoria, en su nombre se difunden también informaciones sin fundamento. Hace un
par de semanas The Guardian publicaba un artículo sobre los neuromitos comunes que circulan
como verdades en las escuelas.
“Los nuevos conocimientos
no determinan modelos de educación pero pueden ayudar a perfilar estrategias
educativas más eficientes”, según el autor del libro, el profesor Bueno. Para
Ignacio Morgado, catedrático de Psicobiología del Instituto de Neurociencia en
la Facultad de Psicología de la UAB de Barcelona, las aportaciones de la
ciencia a la educación son aún muy escasas. “Ha habido magníficos profesores
toda la vida sin saber nada del cerebro. Los neurocientíficos no tenemos que
decirles a los docentes cómo han de hacer las cosas en su trabajo; ellos lo
saben mejor que nosotros. Podemos, eso sí, explicarles por qué funciona lo que
funciona, y eso puede animarles a seguir en los métodos de enseñanza que
mejores resultados producen”. La neuroeducación puede ser instructiva y
complementaria, pero que nadie imagine –avanza– que va a revolucionar los métodos
ya aplicados.
Ahora bien, las investigaciones sobre el funcionamiento del
cerebro humano sí han dado alguna luz. “Podemos asegurar –indica Morgado– que
los métodos pasivos, los que consisten en recibir información pasivamente, sin
resumirla, cuestionarla, trabajarla, explicarla a los demás… etcétera, no
funcionan”. La neurobióloga Mara Dinsen, del laboratorio de neurobiología
Celular y de Sistemas del Centre de Regulació Genòmica, lo expresaba de otro
modo en el Magazine de este diario el 2/IV/2017: “Cuando mejor aprendes es
cuando te interesa el tema, te apetece conocerlo” y añadía como recomendación:
“esto se debería aplicar más en la educación”. El investigador Bueno lo resume
con una frase: “Sin emociones no aprendemos”.
Están contabilizadas hasta 42 emociones distintas aunque existe el
consenso en cuatro básicas (miedo, ira, asco y alegría). Con todas se aprende.
El cerebro interpretará la emoción en clave de supervivencia, según explica
Bueno, y almacena el aprendizaje para utilizarlo después con eficiencia. “El
problema del miedo (a la mala nota, al fracaso, a la decepción de los adultos)
es que no genera ganas de seguir aprendiendo. En cambio, el placer deja una
huella a medio o largo plazo que incita a saber más el resto de la vida”.
Otro descubrimiento clave para la educación es la cooperación. “El
hombre es un animal social. Se aprende con los otros”, indica Bueno. “Se ha
visto que aquello que el cerebro percibe como máxima utilidad es la aceptación,
la valoración y el reconocimiento social por lo que es aplicable al aula la
importancia del trabajo cooperativo y colaborativo como una manera de generar
placer social y fijar lo aprendido”, manifiesta el profesor de la UB.
¿Qué otros avances científicos son importantes en el proceso de
aprender? Son conocidos, aunque no siempre integrados por escuelas y familias.
El ejercicio físico, el sueño y una alimentación sana y exenta de grasas
saturadas facilita el aprendizaje y la memoria. Los tóxicos, obviamente, son un
enemigo. De todo, el sueño es la asignatura más olvidada. La jefa de
Neurofisiología y coordinadora en la Unidad del Sueño del Hospital de la Vall
d’Hebron, Odile Romero, apunta que “la calidad del sueño es fundamental”, pero,
a diferencia del deporte y la comida, es un aspecto que no ha entrado en las
escuelas. Así, los adolescentes suelen dormir menos de lo que deberían” (una
hora menos que el resto de europeos) y es importante porque el sueño consolida
la memoria. Sin embargo, no es raro ver estudiantes en las bibliotecas... por
la noche.
“Los últimos trabajos que
conocemos sobre la memoria demuestran, una vez más, la plasticidad neuronal, es
decir, que con la práctica adecuada no sólo aprendemos más sino que incluso
podemos mejorar las capacidades básicas del cerebro. Empezamos a saber por qué
ocurre eso cuando comprobamos cómo las neuronas se reorganizan cuando
trabajamos adecuadamente en la enseñanza”, indica Morgado. La memoria es su
campo de especialidad. “Hay varios tipos de memoria y todas son importantes,
desde la de aprender poesía, canciones o los ríos de España (memoria
implícita), hasta la que permite explicar una historia pasada o una lección
aprendida (memoria explícita), o la que nos permite retener cosas en la mente
para solucionar problemas o tomar decisiones (memoria de trabajo), como cuando
jugamos al ajedrez y retenemos varias posibles jugadas a realizar según
responda el contrincante”.
No aprendemos únicamente lo que nos emociona. Yo, por ejemplo, me sé las tablas de multiplicar, las provincias, las preposiciones... Y no fueron emociones las que me impulsaron a memorizarlas. No obstante, estoy de acuerdo con que, si algo nos interesa, lo aprendemos con más facilidad. Por ejemplo, si a la hora de estudiar historia te la imaginas como si fuera un cuento apasionante, el temario te atraerá más y te resultará más simple que si te pones a memorizar fechas, personajes o hechos sin más.
ResponderEliminarA mi personalmente creo que el reto esta en aprender a gestionar emociones sobre todo las negativas , odio , miedo , celos envidia... son comunes a todos los seres humanos pero que bajo mi punto de vista no hemos aprendido a lidiar con ellas correctamente.
ResponderEliminarEn lo que estoy completamente de acuerdo es que cuando realizamos una actividad por el mero hecho de hacerla, un disfrute o un interés personal, es una experiencia muy gratificante para mi ni lo considero aprendizaje , es un placer.
En mi opinión, hay muchos tipos de aprendizaje que podemos llevar a cabo. Pero al ser seres emocionales, si pienso que todo aquello que lo vivimos y lo relacionamos con cualquier emoción lo interiorizamos de otra manera.
ResponderEliminarComo se hablaba en el artículo, al crear más de un camino neuronal asociado con una materia, el cerebro lo interioriza de distinta manera que si fuese únicamente algo repetitivo y sin sentido.
Respeto a las emociones en las instituciones educativas, que decir, desde los inicios. Ha sido algo que se a centrado única y exclusivamente al ámbito familiar (primera socialización), pero no solo se sienten emociones entre la familia o las personas conocidas.
La escuela, como parte fundamental de todas las personas, ya que pasamos toda nuestra infacia en ese proceso educativo, también tendría que trabajar las emociones.
Y si ya trabajandolas, nos ayuda a memorizar y a interiorizar conceptos, mejor que mejor. La escuela, no tiene que convertirse en un proceso agobiante y frustrante para el alumnado, ya que al vivir una mala experiencia su único objetivo será hacer todo lo posible para salir de ahí.
Y está demostrado que aquellos grupos de alumnado que deja la educación obligatoria antes de tiempo, tiene una gran probabilidad de convertirse en personas con problemas muy serios, como puede ser, por ejemplo: la drogodependencia.
Entonces, en mi opinión, como educadores y educadoras que nos vamos a convertir. Nuestra función como guías y como modelos para el alumnado, tendría que ser conseguir que ninguna persona pase por ese tipo de situaciones y conseguir que creen e interiorizen los contenidos, no que se conviertan en "loros" de contenidos sin sentido.
Seamos el modelo, de lo que puede convertirse en una futura realidad, diversa, empática, emocional sociedad.